Recuerdo que la primera vez que me lastimé tenía once años, recuerdo la tristeza interna y la desesperación por encontrar respuesta a un por qué.
Me arrodillé a llorar en silencio en la cocina, desarmé una gillette. Recuerdo lo que ardía al hacerlo rápido o lento, sentía el dolor de las profundidades de los cortes mientras observaba como sangraba cada vez más.
Esa vez no dejé el ante brazo sano, terminó completamente flagelado, cubierto en rojo carmesí.
La confusión del daño me consumía.
La confusión del vacio.
Llorar en silencio es mi especialidad por que siempre me dió vergüenza hacerlo en público.
Sólo lloro grandes lágrimas, lo hacía de pequeño sin emitir sonido.
Algunas veces lo hago de grande, como ahora.
Ese día me recosté en la cama de mi madre, y ella estaba distraída con algo, viendo TV, o algo así.
Recuerdo que dije que no quería dañarme más, mientras mi sangre traspasaba las sabanas que estaban colocadas esa tarde.
Me curaron.
A esa misma edad me atrincheré a la pared colocándome el cuchillo de cocina contra el cuerpo; el cuello para ser exacto.
Y le pedí a mi padre que me mate, porque tarde o temprano lo iba a hacer yo.
Ese día lo vi llorar por primera vez, desconsolado.
A esa misma edad un compañero de primaria me dijo después de enterarse de toda mi situación, auto-lesiones e intentos de suicidio, que "por qué no me mataba de una vez y ya".
Ojalá fuese tan fácil.
Lo escuché muchas veces en mi vida.
Ojalá fuese tan fácil ..
Hasta la fecha pasaron 17 años.
Diecisiete años de recaídas constantes, de ser el raro de la familia, de brotes, de heridas profundas, de excesos, de botellas, de sobredosis.
Hoy es una de esas noches donde se me cruzan miles de ideas ahora, por ejemplo tengo ganas de hacerme daño.
Aunque sé que no debo.
Es difícil.
¿A cuantas personas hice llorar?
Perdí la cuenta.
Siento una voz que grita en mi cabeza.
Me pierdo.
Lo intento, de verdad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario